La música del agua es una poderosa corriente espiritual que ha sido bellamente canalizada por los grandes compositores de todas las épocas, tanto clásicos como populares… y de igual manera, el agua lleva en sí misma una mágica cualidad de producir sonido que, tal como lo han comprobado meditadores antiguos y contemporáneos, posee un efecto sosegador, sanativo, que nos vincula con las dimensiones trascendentes del Ser.
Sí, basta prestar un mínimo de atención para percibir cómo el agua genera, en todas partes, una sonoridad suave y eterna, que trasciende a eras y héroes, a razas y civilizaciones.
A muchas personas les proporciona calma el sonido del mar o les agrada sobremanera el meloso rumor de una cascada… o, simplemente, piensan que no hay mejor canción de cuna que el goteo de la lluvia nocturna precipitándose sobre el sólido techo de la casa.
De igual forma, hoy día es moneda corriente la edición de discos compactos donde se mezclan los diversos sonidos del agua con música académica o "new age": tales productos son adquiridos por personas estresadas que meditan –en la urbana reclusión de sus casas o apartamentos- recreando en sus mentes ese entorno natural que la dinámica humana se ha empeñado en destruir.
Tal afición por meditar al son del agua parece ratificar la conseja de que el líquido elemento es el más musical de la Naturaleza. Aunque, claro está, la musicalidad del agua no siempre es apacible… ¡y a veces se torna furiosa y frenética, como cuando se trata de vaguadas, tifones o huracanes!
Infinita música del Espíritu
Según antiguos místicos chinos, si alguno de ustedes se sentara a la vera del gran río Amarillo en estado de meditación podría escuchar cómo una interminable canción de una sola nota se desprende de ese inmenso cuerpo fluvial. Tal nota equivale al sí de la escala de Occidente y reporta infinita paz a quien la percibe.
Esta visión contemplativa y espiritual del río la vemos refrendada en la extraordinaria novela "Siddhartha", en donde el autor suizo Hermann Hesse (Premio Nobel de Literatura en 1946) nos describe cómo el protagonista Siddhartha y su amigo Vasudeva alcanzan la Iluminación –el preclaro estado de budeidad- al oír la Voz plural del río:
"Aunque muchas veces había escuchado esa infinitud de voces del río, esta vez le parecieron nuevas. Pronto no pudo distinguir ya las voces alegres de las llorosas, las infantiles de las varoniles, todas se les confundían y entremezclaban… Y cuando Siddhartha escuchaba atentamente ese río, aquel canto orquestado por miles de voces, entonces, la gran canción de las mil voces se reducía a una palabra, y esa palabra era OM, la Perfección". En ese mismo sentido, muchos sabios del Oriente han equiparado el Nirvana a la gota (del ego) que se disuelve en el océano (de la Conciencia Absoluta).
En todo caso, el amable lector o lectora no precisa trasladarse a tierras hindúes o chinas para beneficiarse del sedativo efecto que tiene el sonido del agua sobre nuestra psique. Basta allegarse a un balneario, río o lago cercano; distenderse sobre la mullida hierba de una vera o sobre las finas arenas de una playa; cerrar los ojos tal como lo hicieran el sabio Siddhartha y su colega Vasudeva; y, finalmente, comprobar lo que antiguos místicos y modernos psicólogos han corroborado: que el escuchar el plácido sonido del agua nos retrotrae a realidades fascinantes, trascendentales.
En la práctica espiritual del Oriente existe un viejo axioma que dice: "El sonido es vibración; la vibración es energía". Algunos sonidos nos sosiegan; otros nos aturden; algunos nos pacifican, energizan; otros nos alienan; el sonido del agua es sagrado porque, tal como lo ha comprobado la ciencia, la vida –en nuestro plano físico- surge y se nutre del líquido elemento… y sin él, la existencia es imposible; por ello, el sonido, la vibración y la energía transmitidas por el agua son sinónimos de vida... ¡y en lo más íntimo de nuestros genes y de nuestra memoria celular lo sabemos!
De tal suerte, meditar con la vibración del agua se convierte en una plegaria silenciosa que acalla el barullo de la mente y nos recuerda ese océano primordial en el que evolucionaron las especies del planeta hace unos tres mil millones de años; nos devuelve –además- a ese tranquilo estanque uterino en el que fuimos acunados con irrepetible candor; y, por supuesto, nos reconecta con ese Yo Superior, ese Padre-Madre del todo armonioso, que filtra Su sabia Voz tanto en la furiosa ola que golpea a la roca como en la leve gota de llovizna veraniega que impregna nuestro rostro.
El agua como obra musical
Y así como el vital líquido tiene su propia e inherente musicalidad, los grandes compositores de todas las épocas se han inspirado en él para deleitarnos con algunas de las más conmovedoras piezas artísticas que haya concebido el espíritu humano.
Desde las antiguas canciones marineras –en las que celtas, vikingos, griegos o romanos vertían sus cuitas y alegrías, implorando protección a las deidades oceánicas- hasta composiciones sinfónicas de la talla de "Las Fuentes de Roma", obra del genio italiano Ottorino Respighi, el agua ha sido manantial de inspiración para los músicos de todos los tiempos, haciendo vibrar nuestra sensibilidad.
En el campo de la música académica, el agua es un tema que tiene dilatada tradición: compositores como el austriaco Johann Strauss ("El Danubio Azul"), el francés Maurice Ravel ("Juegos de Agua"), el inglés Edgard Elgar ("Estampas Marinas"), el alemán Richard Wagner ("El Holandés Errante") y el francés Claude Debussy ("El Mar") le han dedicado grandes obras orquestales. Destacan también dentro de esta temática las famosas piezas de los alemanes Georg Philip Telemann y Georg Friedrich Häendel –tituladas ambas "Música Acuática"- altas cimas del barroco musical.
En el ámbito de la música popular, resulta imposible inventariar el gran número de canciones que le cantan al agua; destacaremos aquí algunas que –por su belleza poética- nos han causado honda impresión.
Joan Manuel Serrat, el conocido cantautor catalán, nos ha dejado estos versos en su disco "Utopía":
Si el hombre es un sueño
El agua es el mundo
Si el hombre está vivo
El agua es la vida
Si el hombre es un niño
El agua es París
Si el hombre la pisa
El agua salpica
Cuídala
Como ella cuida de ti
Simón Díaz, indiscutido decano de la canta tradicional venezolana, ha descrito el tormento del amor romántico como la lucha entre las fuerzas del aire (la garza) y el agua (el caudaloso río):
Yo vide a la garza mora
Dándole combate al río
Así es como se enamora
Tu corazón con el mío
El cantautor argentino Luis Alberto Spinetta –quizás el mejor letrista que jamás haya tenido el rock en español- nos describe cómo la lágrima de una triste despedida se transforma, a orillas del Río de La Plata, en un pétalo muy singular:
Lenta bruma cansada de dar al muelle
No veo paisajes más que este mar
Que su viento devuelva la vida y la calma
Y vea sus barcas volver de luz
Tu sombra hiende la distancia
Es como un pétalo de sal…
Y así podríamos citar centenares de hermosas canciones como la famosa "Gotas de Lluvia Caen sobre mi Cabeza" del norteamericano Burt Bacharah o aquella balada en la que su paisano Paul Simon define a la amistad como "Un puente sobre aguas turbulentas".
Sin embargo, por bella que sea, ninguna composición o poema podrá sustituir al suave susurro del agua de los arroyos, al cristalino tintineo de la gota que cae desde la estalactita de una caverna o al jubiloso fluir del líquido que baila en las fuentes de las plazas.
A estos entrañables sonidos se han sumado otros más inquietantes, generados por el calentamiento global: el fantasmal goteo delpermafrost, la capa hielo que ha cubierto a la tundra siberiana durante millones de años y que ahora tiende a derretirse; el estruendo que producen los nuevos mega-icebergs –algunos tan grandes como islas caribeñas- cuando se separan del menguante continente antártico; el quebradizo chispeo del casquete polar del Norte, cuyos flotantes hielos podrían desaparecer en pocas décadas si no ponemos rápido coto a nuestros abusos ambientales.
La música del agua es anterior al ser humano;
sólo de nosotros depende seguir escuchándola.
No acallemos su bella voz,
porque su canto es el sostén de la Vida.
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