Carmelo Urso
Restan 15 minutos a “El Eclipse” (1962), film de Michelangelo Antonioni: los amantes, echados sobre la hierba, no logran comunicar ternuras, afectos; él (Alain Delon) es un ave rapaz, corredor de la Bolsa de Valores, adicto al sexo y el dinero; en ella (Mónica Vitti), el desasosiego ensombrece cada instante de Vida; sus cuerpos cálidos se abrazan, pero un abismo de separación crece y crece entre ellos: intentan (como muchos de nosotros) llenar ese vacío con tontos chistes y frases vanas; alegrías mínimas –tan fugaces como un eclipse...
De cara al incierto porvenir, pregunta él: “¿Crees que nos llevaremos bien? ¿Crees que nos casaremos?”; dividida entre un pasado tan fantasmal como su futuro, ella responde: “a veces, quisiera no haberte querido; a veces, quisiera quererte más”. No fluye el Amor: sólo miedos que anegan el Alma.
Tienen juventud, belleza, dinero, una amplia y solitaria campiña para amarse: eligen atarse a neuróticos límites (los “¿crees..?” de él; los “quisiera…” de ella). Cercan su dicha con vastas alambradas de desamor; eclipsan la magia de cada instante presente con sombras de angustia.
Amado lector o lectora: yo también me levanté muchas mañanas con pánicos que no sabía descifrar, con terrores cuyo origen ignoraba. ¿Por qué me paralizaban? Desconcertado, miraba la Vida sin participar de ella; impotente, me sentía un espectro que no dejaba constancia de su presencia en el mundo; vagaba perdido entre temerosos “¿crees..?”, entre desalentados “quisiera...”.
Así pasé años… hasta que opté por adentrarme en el eclipse de mi desolación; enfrentar cara a cara su Misterio; ahuyentar sus espesas sombras.
Me sumergí en la espesura, descendí hasta la misma base del abismo… ¡y no hallé Nada! ¡Que hallazgo tan milagroso!: las fobias que avivaban mis pesadillas, los miedos que me impedían cerrar ciclos, las angustias que ataban nudos en mi garganta… ¡eran insustanciales Nadas!
Bastaba un cachito de Luz, una pequeña lumbre de Amor… ¡para que la todopoderosa oscuridad se transformara en transitable zona grisácea!
En las tinieblas –sin antorchas que iluminen nuestros pasos- se hace difícil avanzar; pero en el titubeante gris, aunque nuestro paso sea aún vacilante… ya es posible divisar caminos, adivinar formas, evitar baches que nos harían tropezar…
Al principio, la Luz de mi Verdad era tan pequeña como la brasa de un cigarrillo que brillara en la impenetrable noche; decidido, enfrenté cada miedo, me planté firme ante cada incertidumbre que crecía en mi mente; maravillado, descubrí que cada miedo era una falsa luna que yo mismo había interpuesto entre mi verdadero Ser y el infinito Sol de la Deidad… ¡y bastaba dejarla orbitar, liberarla de la absurda parálisis en que yo la había sumido para que la Estrella del Amor incondicional volviera a brillar en mí!
Amado (a): no eludas tus miedos –ni te ates a ellos. No los magnifiques –ni los minimices. Abórdalos con llana franqueza, con tierna pero rigurosa honradez; cada uno es sólo un eclipse: fugaz instante de noche en la vasta plenitud del día; rauda tiniebla que huye ante el más mínimo rayo de Verdad.
En este instante presente (ajeno a timoratos “¿crees…?”, a tristes “quisiera…”) hallarás al radiante Lucero del Ser –Deidad grata, amorosa, incapaz de expulsarte de Su Reino…
¡Porque Su único Reino eres tú!
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