SOÑAR DESPIERTO
Por Roberto Cabrera Olea
Valparaíso, Chile
/ 21 marzo de 2010 / Chile
La conciencia colectiva de la humanidad aún se sostiene en el miedo y la sobrevivencia. Y esa energía nos rodea y se permea en nuestra piel si no somos conscientes de lo que queremos vivir y de que somos capaces de crearlo nosotros mismos. Esta energía nos dice que no seamos espontáneos, que seamos “buenos” a partir de valores que fomentan el juicio hacia quienes se atreven a ser lo que son, y moverse en libertad. Es una energía que intenta quedarse en nuestra sangre para que nos siga pareciendo normal su presencia adormecedora. Es la energía que cree en lo negativo de las personas y por eso se esmera en que saquemos lo “positivo”, instalándonos en la idea de que siempre tenemos que ser algo distinto a lo que somos en verdad. “En algún momento seremos mejores de lo que somos ahora”; esta afirmación, que nace de los valores mal llamados cristianos y que esparció la iglesia católica por siglos para atontar corazones y mentes, no nos permite vivir nuestro presente, nuestro ahora, en tranquilidad, aceptación y amor por nosotros mismos, y es de esa forma que esta conciencia colectiva somete nuestro propio empoderamiento. Pero es necesario al mismo tiempo, comprender que somos nosotros quienes creamos esa conciencia al aceptarla como válida, por lo tanto somos nosotros quienes podemos transformarla, pero primero hay que reconocerla, abrazarla, agradecerle y permitir que se vaya. Si luchamos contra ella, otorgándole un valor negativo, estaremos en el mismo juego de creer que como estamos viviendo hoy “no está bien”.
Esta energía que se resiste a partir no permite el sueño, no lo fomenta, es más, lo destruye en lógicas tales como: ¿para qué transformar mis creencias si así estoy bien? ¿Para qué creer en un sueño si el mundo está tan mal? ¡No será posible! etc., porque pretender crear un sueño en la vida cotidiana requiere responsabilidad, hacerse cargo de las decisiones que se toman y dejar de culpar a los demás de la propias circunstancias de vida…, y eso, por ahora, pocas personas están dispuestas a hacerlo. Esa conciencia adormecedora no es algo externo y ajeno a nosotros mismos, se nos pega porque nosotros lo queremos así, porque nos sirve para no tomar las riendas de nuestras vidas. Es por eso que necesitamos saber qué queremos vivir en verdad, si felicidad o penas. Por ejemplo, con respecto a las catástrofes de Haití y Chile, ¿qué decidimos? ¿Enviar pensamientos de congoja, miedo a lo que vendrá, juicios a quienes contaminan en planeta y lo llevan a reaccionar así (que somos todos por lo demás), seguir buscando culpables externos que se alimentan de la energía de lucha y miedo, etc? Y no digo que no existan personajes o entidades que propician la conciencia de miedo, pero somos nosotros los que ingenuamente les seguimos el juego buscándolos, mirándolos, en definitiva, dándoles vida. ¿Qué sucedería –imagina- el día en que esos sujetos no encuentren a nadie a quien dañar, porque estaremos nosotros alentando con nuestra conciencia una nueva realidad en la que ellos no podrán entrar? Por lo tanto, ¿enviamos pensamientos de fuerza, amor, confianza de que todo está en un orden mayor a pesar de las apariencias, y la certeza de que todo reviste una oportunidad mayor de crecimiento? Voy al hecho de que todo, pero todo lo que sucede en el mundo en un reflejo de nuestro estado interior como conciencia colectiva. Si nosotros conectamos con el miedo y el terror, eso es lo que se manifestará. Ahora bien, algunos estarán preguntándose, ¿pero quién podría desear tales destrucciones? Y te respondo: TODOS. Todos creamos estos terribles escenarios en cada momento en que nos entregamos a la conciencia del juicio y de la crítica, a la energía de sometimiento, y de que somos tan limitados, a la energía de miedo frente a lo que nos puede suceder en el futuro, a la conciencia de carencia y sobrevivencia. Cuando esto sucede, creamos precisamente el mundo que no queremos, creemos más en la destrucción que en nuestra capacidad de crear un sueño colectivo de amor. Son muchas las personas que aún duermen en esta energía de sometimiento y aún son muchos quienes se aprovechan de esa condición y la utilizan como instrumento de poder. En Haití, por tener un pueblo poco educado y pobre, es muy fácil que esto suceda; ellos mismos se sienten en el infierno y el mundo visualiza en ese territorio lo mismo; por lo tanto ¿qué puede resultar de esto? Sólo una cosa: UN INFIERNO.
Si pretendemos crear un sueño despierto en nuestras vidas para que se manifieste en el mundo y todos vivamos en una conciencia de amor, es necesario entonces optar conscientemente. Reconocer con honestidad qué es lo queremos, a qué le creemos más, y entregarnos a ello con atención y confianza. Y no se trata de andar rígidos pensando siempre en no caer en el miedo o el desempoderamiento, sino todo lo contrario. Respirar, aceptar con amor nuestras circunstancias, soltar nuestros cuerpos y permitir que la energía universal fluya en su inteligencia y co-cree con nosotros los más íntimos deseos de amor. En definitiva se trata de entregarnos nosotros mismos ese amor que buscamos afuera. Energía de Amor, esa es la clave, eso creará algo nuevo, y este “algo nuevo” parte de lo más pequeño, de cualquier cosa, de lo que aún creemos que es insuficiente porque pensamos que en sí misma una transformación es algo grande e inalcanzable. Creo necesario que entendamos que lo que transformará nuestra conciencia no es aquello que creemos sino la energía de creación per se. Por lo tanto, lo que movilizamos al hacer cualquier cosa nueva en nuestra vidas, no es el producto sino la intención creadora que no es más que la conciencia de sabernos creadores y magos, en libertad y lejos de la peor esclavitud: CREER QUE NO SOMOS CAPACES DE CREAR. Si nos damos cuenta, cualquier limitación parte de una creencia. Es decir, si llegamos a sentir que somos capaces de crear, eso es lo que sucederá. Crear cualquier cosa, pero crear permanentemente.
Crear un sueño en nuestros corazones, crear una nueva combinación en una receta de comida, crear nuevas formas de levantarnos en la mañana, crear nuevas formas de saludar a la gente, nuevas formas de hablar, permitirnos creer que hay infinitas formas de entender tal o cual experiencia, etc., dejar los hábitos añejos y atrevernos a ser hombres y mujeres nuevos a cada instante. El temor surge cuando creemos ver en los ojos de los demás el juicio a nuestro cambio. Nosotros no nos permitimos ser nuevos humanos porque no queremos recibir el rechazo de los demás. No queremos escuchar, por ejemplo: ¡qué está raro fulanito de tal! ¡ya no es el mismo! Porque con esas sentencias se suma el hecho de dejar de recibir la aprobación de los demás, porque aún creemos que dicha aprobación es el sustento del amor, amor que aún no nos podemos dar por sí solos.
Podemos empezar con pequeñas cosas, con pequeños esfuerzos que rompan los hábitos diarios. Así, al darnos cuenta de cómo nos movemos día a día, alcanzamos la conciencia de cómo queremos ser y estar de aquí en adelante. Atentos, en confianza y soltura, en auto-amor y sin juicio por nosotros mismos, podremos manifestar algo nuevo a cada instante, movilizando así la energía que en este momento nos ayudará a entender el mundo sin miedo, la energía de la creatividad, libertad y amor.
Yo Soy Roberto.
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