Bienvenido a la Era de la Desinformación, tiempos en los que ya no se priva a la sociedad del acceso informativo, sino que se le satura de elementos contradictorios para generarle una ineludible confusión. Un proceso que bien podríamos llamar la "Era de la Sofisticación de la Ignorancia" y para el cual te propongo un neuroestratégico antídoto.
En la era de la información resulta prácticamente imposible bloquear la diseminación de quantums (paquetes informativos) sobre temas que históricamente se mantuvieron al margen del conocimiento popular. Y ante la imposibilidad por seguir conteniendo estos causes de información, al parecer el mainstream media, así como la tradicional élite de poder, recurren a una técnica alternativa: la desinformación. Esta herramienta de algún modo intercambia la antigua ignorancia a la que se encontraba sometida gran parte de la sociedad civil por un nuevo, y tal vez aún más efectivo enemigo, la confusión. Y es que si analizamos de manera objetiva ambos fenómenos en verdad resulta más nociva esta segunda táctica empleada para proteger las agendas ocultas: es más “peligrosa” para los intereses a la sombra una sociedad que no sabe (y que en cierto porcentaje esta consciente de su ignorancia) que aquella sociedad que cree saber (pero en realidad no sabe nada) o incluso que sabe demasiado, teniendo a su alcance más mucho más información de la que es capaz de procesar lúcidamente. “La tecnología es muy divertida, pero también podemos ahogarnos en ella. La neblina de la información puede debilitar el conocimiento” afirmó acertadamente en alguna ocasión el historiador estadounidense D.J. Boorstin.
Para desarrollar esta reflexión analizaremos un caso concreto, de actualidad, y que claramente encarna la perspectiva anterior: el fenómeno mediático en torno a la presunta muerte del “hombre más buscado del mundo”, el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden. La lasagna informativa que se desató en torno a este suceso ha sido alimentada por cientos de medios pseudo-informando frenéticamente a una “lampareada” sociedad que a pesar de que ahora, más que nunca, posee una relativa sagacidad y ejerce un cierto discernimiento, por otro lado sigue siendo completamente vulnerable ante los causes mediáticos. De pronto, en unos pocos días, florecieron miles de pistas que el público debe de acomodar en un mapa mental debilitado por la sobre-información, y que por cada aparente respuesta que arrojan añaden al menos una decena de interrogantes a un ya de por si altamente confundido imaginario colectivo:
¿En verdad murió Osama (¿O es Obama?) a manos de los temerarios e hiper-programados navy seals? Y en caso afirmativo ¿Fue esta operación una simple, y tal vez determinante, herramienta electoral por parte del gobierno del presidente de Obama con miras a las elecciones del 2012 en Estados Unidos? ¿Estaba ya muerto desde hace tiempo y su figura simplemente se había continuado “jieneteando” para fortalecer un discurso antiterrorista y otras estrategias de retórica geopolítica? ¿Por qué fue “photoshopeada” su imagen? ¿Por qué no se publicaron abiertamente imágenes del monumental “trofeo” conseguido por la administración de Obama, que en cambio decidió arrojar apresuradamente al mar su cadáver (en una franca muestra de falta de respeto funerario de acuerdo con las tradiciones árabes)? ¿Por qué se le fulminó cuando diversas versiones apuntan a que se encontraba desarmado, en compañía de su familia, y completamente vulnerable ante un escuadrón de exterminadores profesionales enviados por el gobierno estadounidense? ¿Acaso no se podría haber extraído, a través e las viejas y recurrentes prácticas de tortura, un verdadero tesoro informativo de este, el “hombre más buscado” del planeta? ¿Por que el manejo tan primitivo de una buena parte de la prensa de Estados Unidos, recurriendo a encabezados que evidentemente buscaban azuzar a la población y despertar sentimientos tan nobles y productivos para el rumbo de la humanidad como el odio y la venganza? ¿Por que las múltiples contradicciones e inconsistencias en torno a la versión oficial, aquella que en nuestros tiempos firman tanto los gobiernos como los principales medios? ¿Está Osama bin Laden gozando de la brisa marina en algún resort de la Bahamas acompañado por las enefermeras de Qadaffi? ¿Es todo esto parte de una orquestada simulación piscomediática? ¿Realmente existió alguna vez Osama bin Laden? Y este maremagnum de interrogantes son solo las acumuladas en torno a un evento que presuntamente debe haber durado 60 minutos o menos. Pero que hay del contexto histórico: ¿Fue Osama bin Laden entrenado pro la CIA hace un par de décadas? ¿Qué papel juega en todo esto el hecho de que la familia bin Laden tenía probados, y significativos, nexos financieros con la familia Bush y otros representantes de la élite financiera y política de Estados Unidos? ¿Por que hace meses un funcionario de la OTAN afirmó que bin Laden estaba en Pakistán como si fuera algo ya sabido por todos? Si estimado lector, seguramente ya te cansaste de leer todas estas preguntas (y creéme, yo de escribirlas) pero esto es precisamente lo que favorece el exceso de “desinformante” información, un enorme desgasto mental que inevitablemente se traduce en confusión.
¿Cómo hubiéramos imaginado que esa épica llegada a la “era de la información”, vanagloriada por muchos con la consagración de la Red, terminaría por convertirse, paradójicamente, en la más efectiva herramienta para favorecer la ignorancia? Que lejos ha quedado esa sociedad ingenua que permanecía marginada de los flujos informativos, los cuales se definían desde una casi invisible élite y que modelaban las agendas más importantes en el rumbo geopolítico. Y al mismo tiempo parece que la sencillez informativa de esa sociedad ahora extinta (al menos entre la población con acceso a internet) de algún modo era como una especie de ángel de la guarda que la privaba, saludablemente, de la avalancha desinformativa a la que ahora estamos expuestos. ¿Quién hubiera dicho que tendríamos razones para sentir una genuina nostalgia ante aquella simple ignorancia en contraste con lo que ocurre ahora, que finalmente podríamos resumir como una sofisticada ignorancia.
Pero más allá de la melancolía o el pesimismo, lo cierto es que debe existir un antídoto para contrarrestar este ilusorio carnaval. Una de las versiones de esta “medicina” es muy sencilla: simplemente desconectarte del desfile de hebras informativas patrocinadas por los millones de medios de comunicación que han surgido en internet (mainstream, contraculturales, radicales, indie, y si, incluyendo Pijama Surf) y dedicarte a observar la tierra, el cielo, las plantas. Dejar de contar cuantos amigos acumulas en Facebook y en cambio contar cuantas semillas depositaste en los surcos de tierra que recién labraste (o si quieres una versión más zen puedes contar cuantas hormigas entran a su hormiguero durante un par de horas). En síntesis, clausurar tu exposición a la ambivalente maraña digital puede garantizar tu tranquilidad informativa.
Pero si el ocaso digital esta fuera de cuestión para tu búsqueda existencial o tu desarrollo personal, existe otro camino, más complejo pero sin duda asequible. Y en este sentido, los que integramos este sector de la población, parece que estamos frente a un monumental reto generacional, el cual esta íntimamente asociado a tres protagónicas tareas: la reflexión, la interpretación, y el discernimiento:
Comencemos por la reflexión o auto-conciencia. Resulta evidente que debemos corresponder a la evolución de los medios y las tecnologías informativas con una evolución paralela: el desarrollo neurocognitivo para digerir, interpretar, discernir, y sintetizar la colosal cantidad de información a la que ahora estamos expuestos. Para ello, más allá de dejarnos llevar por el rediseño que implica el impacto de estas tecnologías en nuestra vida cotidiana, en nuestra cultura y en la psique colectiva, resulta fundamental detener un instante el frenesí interactivo y reflexionar sobre las implicaciones que estas nuevas herramientas de comunicación tienen para nosotros en todos los niveles: desde el laboral y el sociocultural, hasta el sentimental, el fisiológico e incluso el espiritual. De hecho Douglas Rushkoff, el sagaz teórico de los medios egresado de Princeton, sintetiza este ejercicio de tomar las riendas durante esta explosiva evolución en prácticas y pensamientos, este “darse cuenta digital” (concepto un tanto tecnobudista), en una provocativa frase: “programa o serás programado“. Y no se trata de tomar la invitación en un sentido literario, dejar lo que estas haciendo, y volcarte a aprender a ordenar los ciber-códigos (lo cual tal vez tampoco te caería mal). En realidad se trata de hacer conciencia sobre las nuevas posibilidades y consecuencias que implican las nuevas herramientas tecno-comunicativas y no dejar esa tarea, una vez más, a una élite que a diferencia del grueso de la población, tiene bastante claridad en el manejo de estos detonadores como utensilios de programación psicosocial a gran escala. Aquel que controle, a través del entendimiento, las tendencias prácticas que los programas actuales fomentan, sin duda estará a salvo de ser programado.
Una vez tomada esta pausa, tal vez el paso siguiente sea la conciencia sobre un recurso cognitivo crucial en nuestros días, la interpretación. Para esto es fundamental que retomes algunas premias que se han puesto en boga gracias a la física cuántica, nuevas “leyes” (o mejor dicho “anti-leyes”) que aparentemente rigen nuestro universo, por ejemplo aquella que reza “el observador altera lo observado” o “vivimos en una realidad definida por posibilidades y no por absolutos”. Lo anterior, más allá de buscar el renacimiento del escepticismo o del nihilismo, lo que busca es desintegrar la hegemonía centralizada de que hay algo, o alguien, que tiene la razón, y que ello excluye, por naturaleza, la posibilidad de otras verdades. Y si, puede ser un tanto angustiante entregarte a este desfile de posibilidades sin el apoyo de supuestas verdades inamovibles que te acompañen en tu camino. Pero lo siento, así es, o en realidad así es como puede ser, y yo no hice el diseño del universo así que solo deseo transmitirte el anti-modelo bajo el cual (posiblemente) se rige el mayor tablero de juego que haya dimensionado la humanidad, el “salón de juegos cósmico”. A lo que voy es a que la mejor manera de navegar el cúmulo informativo es estar consciente que solo podrás interactuar con el a partir de tu interpretación, y aceptar que a fin de cuentas lo que entiendas de todo esto (o mejor dicho lo que creas entender) es simplemente una interpretación personal, y que ello no lo hace ni más falso ni más verdadero que cualquier otra de las interpretaciones con las que te vayas a encontrar a lo largo de tu camino data-naútico.
Finalmente, para completar el trinomio de recursos que puede dar vida a este neuromístico antídoto contra la desbordante y estratégica desinformación, debes ejercer un elemento fundamental en la vida: el discernimiento, y el cual por cierto tal vez sea tu más confiable acompañante a lo largo de cualquier sendero existencial. Manly P Hall, en su libro Words to The Wise, recomienda el discernimiento como una de las herramientas más efectivas para aquel que anda en busca de consolidar un verdadero camino espiritual. Y es que este elemento es de algún modo una mezcla entre información “tangible”, referencias personales, e intuición, lo cual provoca que sea un acto imposible de centralizar y por ello de controlar, pues a fin de cuentas es un pulso interno que se encuentra distribuido en nodos. El único que puede velar o engañar tu proceso de discernimiento eres tu mismo (pero eso es ya otra historia en la que por ahora no profundizaremos).
Y una vez dilucidada la fórmula de salida (y no se trata de un contraataque contra las tácticas de desinformación, más bien es un suave movimiento de tai-chi) podemos comenzar a cerrar este artículo con la tranquilidad de habernos alejado del análisis neurótico, aunque necesario, que perfilamos al principio. Y para ello quiero aprovechar para hacer, en forma franca y directa, una invitación formal a todos los lectores de Pijama Surf: lleven una vida informativa sana, que les genere más paz que angustia, y que les permita, invariablemente, alimentar su crecimiento personal. No propongo que huyan a la fiesta informativo-desfinformativa que estamos viviendo, pero si los invito a que lo hagan ejerciendo las increíbles facultades con las que fuimos dotados, interpretando y discerniendo, y con conciencia de que ninguna versión “verdadera” es excluyente de otra, recuerda que a pesar de que en la escuela se esforzaron por enseñarte lo contrario lo cierto es que dos verdades, aún opuestas entre sí, pueden coexistir perfectamente de acuerdo al fascinante diseño con el que fue modelado nuestro universo. Copula con la información, hazlo libremente, y ni siquiera te sugiero que utilices para ello un preservativo de látex, simplemente date cuenta que estas inmerso en una poderosa y caótica ola y, sobretodo, disfrútala (no olvides que estás diseñado para surfearla).
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